EL EXILIO, POESÍA Y CANCIÓN

Ernesto Parga Limón

De tenencias y de ausencias, de adioses que lastiman y que raspan como arena en la garganta, de posibles regresos que siempre se acarician, de distancias y de esperanza se nutre la literatura y se alimenta el cantor que sabe, alquimista profundo, expresar dolor y amor en palabra que estremece.

Con la palabra exilio, tengo una relación un tanto ambigua, circunstancial, a veces me gusta y otras tantas me desagrada hondamente. Sin embargo, hoy quiero hablarte de esta palabra y de la compleja realidad que intenta describir, pues yo que creo que encierra todo lo que alimenta a la literatura que nos hace pensar y a los trovadores que nos emocionan.

El drama del exilio ha estado siempre presente a lo largo de la historia, su lacerante actualidad rompe la ingenua creencia de que hoy somos mejores que en el pasado.

Recuerdas la foto del niño sirio ahogadito boca abajo en la playa con su infantil y tierna indumentaria. Pensé que nunca vería escena tan triste como esa. Pero no fue así…otra foto, otro niño, ahora en las márgenes del Río Bravo, con su padre también boca abajo tragándose su pena, ahogándose en la nada sus deseos de una nueva tierra que los recibiera. Esta nueva foto nos restregó en la cara, la cara más terrible del exilio de la que no podemos ser ajenos.

Exiliados de Ucrania, por la guerra, de México por la inseguridad, de Haití por la miseria, de Venezuela en bancarrota por la necedad y la estulticia de un solo hombre que impone su ley.

Serrat cantó al exilio usando los Cantares de Machado y agregando tres estrofas propias que no desmerecen nada. A propósito del sufrido exilio de Don Antonio que, huyendo del triunfo de Francisco Franco, pero huyendo más de sus venganzas, no regresó ni cadáver a su tierra.

Dijo Machado…

Caminante no hay camino se hace camino al andar…

Serrat agrega,

Murió el poeta lejos del hogar, le cubre el polvo de un país vecino.

Cuando el jilguero no puede cantar…

Cuando el poeta es un peregrino…

Machado sobrevivió tres meses al exilio, hoy lo abraza la tierra de Colliure Francia.

José Gaos otro expulsado, entre más de 600 mil de su patria en la misma guerra, no gustaba del término exiliado por su dura connotación de desterrado, de ciudadano sin tierra, sin país, y prefería llamarse a sí mismo y a sus compañeros como transterrados, es decir trasplantados en otra tierra que generosamente los acoge, y termina, según expresión también de Gaos, empatriandolos.

Estas son las dos caras del exilio, la del que decide expulsar y la del que decide recibir. Libertad siempre libertad.

 Mario Benedetti otro exiliado del odio del poder nos cuenta en su poema La casa y el ladrillo, esta agridulce sensación de expulsión y recepción, esa nostalgia que duele y esa gratitud inolvidable del transterrado:

Cuando me confiscaron la palabra/y me quitaron hasta el horizonte/cuando salí silbando despacito…

cómo saber que las ciudades reservaban/una cuota de su amor más austero/para los que llegábamos con el odio pisándonos la huella/cómo saber que nos harían sitio/entre sus escaseces más henchidas

y sin averiguarnos los fervores…

así uno va fundando las patrias interinas/segundas patrias siempre fueron buenas/cuando no nos padecen y no nos compadecen/simplemente nos hacen un lugar junto al fuego/y nos ayudan a mirar las llamas…

Por su parte Rafael Alberti que sufre por dejar su natal y musical Andalucía, su gaditano Puerto de Santa María, huye de la guerra y sus horrores.  Se convierte en errabundo cantor. De Francia a Argentina, luego a Chile hasta recalar en Roma, la eterna, que lo acoge recibiendo la sentida admonición del poeta. Alberti le cuenta todo lo que añora y lo que por sus amados lares llora, y en poética suplica a Roma le pide que compense todo lo que ha dejado en el Puerto de sus amores:

Dejé palomas tristes junto a un río,

caballos sobre el sol de las arenas,

dejé de oler la mar, dejé de verte.

Dejé por ti todo lo que era mío.

Dame tú, Roma, a cambio de mis penas,

tanto como dejé para tenerte.

Y aun el que se fue por propia cuenta, el autoexiliado, lanza al viento sus quebrantos cantando.

Teño morriña, hey

Teño saudade (nostalgia)

Porque estou lonxe (lejos)

De eses teus lares

El tango, nostalgia pura, de lacrimoso bandoneón, tampoco escapa a la añoranza del terruño que es ya por desgracia mitad recuerdo y mitad ensoñación:

 La geografía de mi barrio llevo en mí,

será por eso que del todo no me fui:

la esquina, el almacén, el piberío…

lo reconozco… son algo mío…

Ahora sé que la distancia no es real

y me descubro en ese punto cardinal,

volviendo a la niñez desde la luz

teniendo siempre el corazón mirando al sur.

Por esos amores tan presentes, mi padre, aunque feliz transterrado nunca dejó de tener su corazón mirando al sur. Recítame el tango ese que me gusta, me dijo muchas veces, y aquí voy:

Mi barrio fue una planta de jazmín,

la sombra de mi vieja en el jardín,

la dulce fiesta de las cosas más sencillas

y la paz en la gramilla de cara al sol.

Mi barrio fue mi gente que no está,

las cosas que ya nunca volverán,

si desde el día en que me fui

con la emoción y con la cruz,

¡yo sé que tengo el corazón mirando al sur!

En definitiva, todos tenemos algo que añorar, porque el sur es más que un punto cardinal, y todos somos, de alguna forma, exiliados buscando una nueva tierra que nos dé un poco de lo que hemos perdido: la presencia física de nuestros padres, la niñez de nuestros hijos, la dulce infancia propia.

Tal como dice el otro tango.

Gime, bandoneón, tu tango gris, quizás a ti te hiera igual

algún amor sentimental.


LEER TAMBIÉN:

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto:
search previous next tag category expand menu location phone mail time cart zoom edit close