Por Ernesto Parga Limón
Cumplida está ya la distancia, 1100 kilómetros que fueron como un peaje que al pagarlo hacen que se levante la pluma que separa dos mundos, dos vivencias; el que se es ahora y aquel que en algún momento fuimos.
Así somos; nunca terminamos de entender al tiempo, empeñados en separarlo, en clasificarlo en cajones, en estancos, como si el pasado no viviera y se alimentara en el presente, como si el presente no prefigurara el devenir.
La última curva se acerca, es larga y casi circular, el paisaje tienta a la mirada que debe, no obstante, mantenerse atenta y conformarse con seguir imaginando, como una metáfora de la vida misma que nos enseña que lo bueno llega solo si hay iguales dosis de paciencia y de fatiga. Pero en realidad… ¿quién retorna, quién conduce el automóvil? El niño con sus sueños, su vida por delante o el hombre que administra lo que tiene, lo que fue posible. ¿Se arriba a la felicidad entre menos amplia sea la brecha entre lo soñado y lo conseguido? ¿O a través de la permanente capacidad de generar nuevos sueños? ¿Se es feliz aceptando lo que tenemos o esto es mero conformismo? No lo sé y pienso que es bueno que la vida mantenga sus misterios casi indescifrables.
Y ahí está, emerge en lontananza, matriarcal, la parroquia imponente epicentro de toda manifestación vital, el caserío, las plazas, las escuelas, el mercado, yacen devotos a sus pies. Sus torres como un vector rompen el cielo cándido, lo rasgan para que penetren las plegarias y con ellas la esperanza regrese revestida de milagro. Son los Altos.
Cada pared, cada puerta es la misma y otra muy distinta, así es el tiempo en este espacio confinado, pura fusión, amalgama de ayeres inmortales y de presentes que han de perpetuarse en el hondón mismo y bien profundo de las almas.
Bajo la cuesta por la calle Derecha, la parroquia se agiganta conforme me acerco, sus puertas se abren aún más invitándome al cóncavo espacio de su cielo de piedra. ¿Será este un preludio de los años que me esperan?, Ojalá tenga la capacidad de discriminar lo importante en medio de tanta vacuidad. Por lo pronto me recuerdo sentado en sus bancas de recia madera atendiendo la catequesis franciscana.
Sigo bajando, a cada paso van desvelándose los detalles de la fina filigrana tallada en la cantera de su fachada de rosa y gris. Doblando la mirada en esa calle, el colegio donde cursaba inadvertidamente, más allá de fechas, de números y letras, la superior asignatura: el oficio de crecer.
Crecer en el colegio, crecer creyendo en uno, crecer con otros entre risas y juegos en el patio, estirando el tiempo del recreo, como anticipando que esos juegos serán en unos años tan solo un recuerdo extraviado en la memoria
Acá otra puerta, la casa de los abuelos, paso de largo me siguen intactos los recuerdos: un zaguán en donde anida la golondrina, una vieja máquina de escribir sobre una mesa, una arcada antecede al patio en donde rotunda reina la lima, siempre viva y generosa, trepa a la par de la escalera que conduce al altillo atiborrado de esas camas tan pegadas que facilitaban la conversación cuando niños, en vacaciones de regreso al pueblo, lo ocupábamos.
La mínima cocina, el comedor, el pozo y su brocal de cantera, las piezas de los abuelos, el viejo radio de mueble, el regulador de voltaje Koblenz y al lado un montón de revistas del suplemento cultural de Excelsior, amarillas con olor a viejo, que sienten renacer cada vez que el destino les regala otro lector.
La calle muere justo ante el atrio de la parroquia, tuerzo a la derecha no por desdén sino para apurar a que llegue mi verdadero destino: Mi casa de la infancia, urdimbre de vivencias, de olores suspendidos en el tiempo, de sabores a cocina de mamá, todo me recibe, me sitia, me embriaga con ese olor a mercado y a corral: huele a leche recién hervida, a ristra de chorizo que pende del tendedero, que escurre su grasa sobre un periódico en el piso.
Allí está, mi casa de la infancia, sucesión de patios en hilera dispuestos a la izquierda, las piezas en idéntica sucesión se colocan unas tras otras, cada puerta conduce al patio que camparte generoso el sol y el viento que acumula. El patio de los cuartos, el patio de la cocina con su limón y con su pozo, el de la troje y el de la cabelleriza… todo es casa; todo es patio.
Y afuera de mi casa otro universo, la vida toda, el jardín que huele a semilla y café tostado, las campanas de la iglesia que tañen con igual fuerza para llamar a la alegría por el Cristo renacido, o a la tristeza por el luto que ha de guardarse religiosamente.

Afuera la vida vibra y se renueva cada tarde en ese mágico cuadrángulo que delineado por el exquisito conjunto de portales de doble arcada encierra todas las sensaciones, todas las experiencias, las vuelve densas, concentradas, inolvidables.
Afuera la algarabía, el gozo de vivir, se encarna en el muchacherío, todos juegan, unos en la plaza otros en el atrio, otros en los portales.
Y yo hoy en la fantasía recorro la distancia que separa esos dos mundos en cada historia personal, (el que fuimos y el que somos) viajo, juego, huelo, como, sueño, vivo en todas esas partes.
Excelente prosa, mi apreciable Licenciado. Es la provincia inspiradora la que nos lleva a esos lugares que nos fueron tan comunes en nuestra infancia y adolescencia que ahora reconocemos lo valioso que nos legó en nuestra existencia.
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Muchas gracias apreciable maestro Felix Elizalde, que gusto tenerlo en este sitio, espacio de mis recuerdos, mis aficiones y mis opiniones, bienvenido. Abrazo con afecto
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Muchísimas Gracias por permitirnos leer tus relatos…Nos inspiran
y nos dan enseñanza
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Los recuerdos transmutan, se guardan en la memoria, y cuando la circunstancia los exalta,ese recuerdo infante se idéntifica y se intensifica,toma forma, color, olor, sabor y con el paso del tiempo y la distancia ya no sostiene la fidelidad, ya es un recuerdo de otro recuerdo , por ello ningún retorno e intento por vivirlo de nuevo , iguala y satisface las exigencias propias de ese recuerdo,pero nos regocija saber que nos pertenece y no dejamos de vestirlo y acompañarlo en ese viaje de retorno en el tiempo y la distancia.
Saludos.
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