EL BANQUETE EN CASA DEL MANUEL G.

Ernesto Parga Limón

La reunión se puso buenísima, tanto que bien merece que aquí les comparta una breve reseña, salpicada con algún verso o algún paralelismo histórico de esos muy de mi gusto.

El anfitrión Manuel G. tenía dispuesto todo, la paella llenaba el espacio que acogió la cita de amigos, con olores a cereal, a arena que lame la mar salada y a néctar del fruto del olivo milenario. La bebida, de calidad y de oferta variada, cumplió cabalmente su función: alegrar el alma y soltar la lengua.

En la Grecia clásica hace 2500 años se celebraban reuniones muy semejantes: los symposion, que eran en esencia una reunión de amigos para comer, beber y discutir sobre un tema específico. Platón en sus famosos Diálogos recrea estos convites. En «El banquete», por ejemplo, el tema central es el amor, ahí los 7 contertulios filosofan sobre este tópico; su importancia, sus dones y sus alcances. Una verdadera delicia que los animo a leer. (La versión en audiolibro, las hay muy buenas, dura apenas 2:30 horas)

Aquí repaso el elenco de los convocados, una heterogénea muestra de inteligencias:  Manuel G. el anfitrión, hombre de maquila, con sinceras preocupaciones humanistas. El maestro Miguel T., que fiel a su vocación, decidió intervenir para hacer las veces de estricto moderador, su labor fue determinante para que el nuestro fuera un verdadero symposion y no la caótica y simultánea expresión de posiciones personales que acallan unas a las otras. El periodista Jorge Ch. que con mirada acuciosa quiere desentrañar el significado de cada expresión. La experiencia vital encarnada en Lauro P. que insiste incansable “hablen de sus vidas que es lo que cuenta”. La memoria enciclopédica del jurisperito Claudio V. que adorna la velada con citas y anécdotas y que finalmente sucumbe al imperioso mandato de Lauro y nos cuenta su vida con orgullo que estimula y hace confirmar que la vida es bella y llena de matices. Gustavo G, y Oscar M. más sabios, pues más prudentes que el resto, escuchan y dan certeras y acotadas intervenciones afirmando enfáticamente cuando están de acuerdo y guardando silencio respetuoso cuando consideran que alguien falta a la verdad o exagera.  El elenco se completa conmigo de quien solo diré que como siempre hablé de más y escuché de menos. En fin, genio y figura.

La reunión arranca con el consabido brindis de deseos de recíproca salud para todos. ¡Salud!, se chocan las copas con entusiasmo. Nada ha cambiado desde los convites de la antigüedad que iniciaban con la “libación”, un ritual que consistía en derramar un poco de vino en honor de un dios para pedirle protección y salud.

En medio de la apasionada intervención de alguno de los participantes, me abstraigo, me concentro en mi copa, la agito, veo como regresan las cortinas que se formaron y que resbalan al cristal para volver a su centro, de nuevo agito la copa, recibo ahora, la caricia de su aroma, paladeo su delicado sabor a historia, a amor, a barbarie y a última cena y escucho a Borges que me susurra en mi abstracción:


¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa

conjunción de los astros, en qué secreto día

que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa

y singular idea de inventar la alegría?

Con otoños de oro la inventaron. El vino

fluye rojo a lo largo de las generaciones

como el río del tiempo y en el arduo camino

nos prodiga su música, su fuego y sus leones.

En la noche del júbilo o en la jornada adversa

exalta la alegría o mitiga el espanto

y el ditirambo nuevo que este día le canto

otrora lo cantaron el árabe y el persa.

Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia

como si ésta ya fuera ceniza en la memoria.


El tema, en el symposion nuestro se escogió solo, o fue quizá el vino ya que a decir del cantor popular “puede sacar las cosas que el hombre se calla”. Así que después de las naderías, de la política y de cosas menos peores, la reunión se concentró, el moderador orillaba   a las mentes a manifestarse sobre el ya único y trascendente tema de esta noche, encontrar respuesta la pregunta: ¿Es el sufrimiento condición inesquivable para arribar a la felicidad?

Las intervenciones fueron múltiples y en ocasión encontradas: Que hemos venido a sufrir para aprender, que la razón de la vida es saber como ser feliz y por lo tanto evitar el sufrimiento.

La cascada de opiniones interesantes a cuál más, nacidas unos de la experiencia propia, otras igualmente valiosas obtenidas de lecturas de eruditos.

Yo divago y al tiempo que hurgo en mis recuerdos, repaso mentalmente para cuando me toque el turno:


-Sabed sufrir, sabiendo sufrir, se sufre menos. Anatole France.

-El mundo está lleno de sufrimientos, pero también- de superación del mismo. Hellen Keller

-Quien no quiera sufrir dolores que no se ponga el traje de amadores. Anónimo

El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional. Buda

-Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento. Viktor Frankl


El moderador me saca de mi evasión y con un enérgico; tú sigues, me conmina a participar.

¿Qué dije? No lo recuerdo, seguramente lo que otros dijeron antes y mejor que yo en la página de un libro, o en la inscripción que leí afuera de un templo, porque como dice Goethe: “que cosa nueva puede decirse que no haya sido dicha en el ayer”

Y hoy domingo, día del padre, que ordeno para compartirte mis recuerdo de este magnífico y moderno symposion al que fui invitado, pienso que tengo muy poco que decir. Porque tuve un padre que intentó con su vida que mi camino fuera de orégano y pétalos de rosa. Porque gastó su vida para que en mi cielo no hubiera ni el más pequeño nubarrón.

¡Qué quieren que les diga!, los padres perfectos y buenos existen…yo tuve uno.

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