Ernesto Parga Limón
Se atribuye a Luis XIV, el Rey Sol, el haber dicho a su parlamento una frase que dejaba constancia de su poder omnímodo; “L’État, c’est moi)” (El estado soy yo). Muchos monarcas españoles firmaban al calce de todo documento oficial; “Yo el rey”, ambas frases tan cargadas de simbolismo expresaban, sin más, que todas las figuras jurídicas del estado, esa convención de los hombres para vivir en comunidad, ya habían sido transferidas a la persona del rey, él era la ley, él era las instituciones, toda la carga ceremonial y de poder que acompaña a la monarquía era vinculada a su persona y solo a su persona… yo el rey, yo el estado, yo el sol, yo el vicario de la divinidad.

El presidente de México ha declarado en forma repetida ser un demócrata, un auténtico demócrata, lo cual no es un atributo que deba aplaudirse sino una obligación legal derivada de nuestro sistema político. Lo contrario a la democracia que es el poder del pueblo, de todos, de su mayoría al menos, es la autocracia, el poder de uno solo como en los tiempos de los monarcas absolutistas que se identificaban con el estado mismo.
En un sistema como el nuestro, la voluntad del pueblo no recae en el presidente sino en los legisladores que representan, cada vez que votan, a sus electores. No se deje engañar con argucias sin ninguna significación legal como: “ya no me pertenezco”, “mi encomienda es defender al pueblo”, estas frases no son ocurrencias, ni son inocentes, buscan, en realidad, menoscabar a la ley y a los otros poderes de tal manera que no representen oposición alguna. Se ha dicho también con mucho desparpajo que, “por encima de la ley está el pueblo, y yo voy a estar aquí, mientras me respalde”. ¡Válgame qué frase!… pues bien el único respaldo válido está en las urnas, y no en la plaza pública, no a mano alzada, no con consultas populares.
En un sistema como el nuestro el pueblo le confiere al presidente la encomienda de encabezar el ejecutivo, no de ser su voz, ni su representante, aún más, le da un poder acotado por el equilibrio de poderes, por ello cada iniciativa debe someterse al arbitrio del pueblo representado por los legisladores, nuestra ley reconoce la naturaleza humana y el posible abuso de poder y por ello establece contrapesos que evitan que un solo hombre se apodere de las instituciones y gobierne a contentillo.
En el caso de materias que son medulares, la constitución ordena la obligación de obtener una mayoría calificada, es decir, solo se legisla o se hacen reformas tras un consenso significativamente mayoritario, es otro contrapeso que salvaguarda a los intereses de la nación. Por cierto, la mayoría calificada permite la participación de voces disidentes ajenas al control del partido en el poder.
Lo sucedido el domingo en la cámara de diputados, en donde se rechazó la reforma eléctrica propuesta por el ejecutivo federal, no por el pueblo, lejos de ser una traición a la patria, fue una demostración de vitalidad democrática. Que bueno que este no es un país de un solo hombre.
Oigamos a la constitución:
Artículo 51. La Cámara de Diputados se compondrá de representantes de la Nación, electos en su totalidad cada tres años.
Artículo 61. Los diputados y senadores son inviolables por las opiniones que manifiesten en el desempeño de sus cargos, y jamás podrán ser reconvenidos por ellas.
Ninguna de las facultades que la magna ley confiere al ejecutivo, indican que es el representante del pueblo, su voz, o su garante, (léase artículo 80).
Si se entiende la política como el superior arte de la negociación, de hacer privar el contenido de una idea, convenciendo al que piensa distinto, haciendo concesiones periféricas y aun algunas importantes pero que permitan que el asunto principal se mantenga, podemos ver el desatino, o la falta de oficio, o la soberbia del poder en la frase “no le mueven ni una sola coma”, toda una antítesis de los buenos oficios políticos.
Antes de denunciar traición a la patria, Morena y el mismo presidente deben de revisar que falló en su trabajo de tal manera que no pudieron conseguir un solo voto de la oposición. El autor español Alejandro Hernández dice en este orden de ideas:
“Una sola propuesta no es negociar, es simplemente comunicarle al otro una decisión. Y cuando se comunica una decisión no hay movimiento. El otro la acepta o no la acepta.”
Y justo esto sucedió el domingo 17 de abril, lo de llamar traidores a la patria a los diputados que votaron en contra, es una exageración peligrosa y un berrinche de quien falto de política no supo, porque no quiso, negociar.
Mi estimado Ernesto, con tu amable permiso, comentaré sobre tu excelente artículo LA REFORMA ENERGÉTICA O EL ESTADO SOY YO.
Se acostumbra a decir que algunas almas reencarnan. Creo que, de ser esto verdad, Luis XIV reencarnó en el inquilino que habita en Palacio Nacional, solo que, para su infortunio, el tiempo n se detuvo, ha habido muchos cambios desde entonces y, nació -¿o reencarnó?- en un país en el que la gran mayoría de las personas no están dispuestas a regresar al pasado. Me refiero a los tiempos en que los monarcas, reyes, zares, huey tlatoanis, etc., eran aceptados como lo normal, cuando un solo hombre era TODO.
El inquilino de Palacio Nacional -sigo negándome a llamarlo presidente. Cuando se ponga a trabajar como tal, como lo que cobra, entonces y solo entonces; antes, no-, mantiene bajo su despótico yugo a su grupúsculo de cómplices, a sus onerosísimas comparsas, pero no le ni les alcanzará. Con la pena.
Ni duda queda de la necesidad imperiosa que lo aqueja de constantemente deber platinar y pulir su ego, escuchar el aplauso y los vítores de sus compinches y rémoras, además de los de ese «pueblo noble y bueno», de ese mismo pueblo al que le ha mentido hasta el cansancio, al que le ha visto la cara hasta el hartazgo, al que le ha estado dando zanahoria tras zanahoria.
Fue precisamente el inquilino de Palacio Nacional quien dijo: «Ya no me pertenezco. Mi encomienda es defender al pueblo». Se sintió Hugo Chávez.
¿Será que esta no fuera la primera reencarnación del inquilino de Palacio Nacional y que el filósofo griego Epicteto (Hierápolis, 55 — Necópolis, 135), lo haya conocido y que le haya servido de inspiración? Escuchemos a Epicteto:
«El exceso de cólera engendra la locura».
«Primero aprende el significado de lo que dices y luego habla».
«La Naturaleza ha dado a los hombres una lengua y dos oídos, para que podamos oír de los demás el doble de lo que hablamos».
«Controla tus pasiones para que no te venzan».
«Es imposible que un hombre aprenda lo que cree que ya sabe».
«La verdad triunfa por sí misma. La mentira necesita siempre complicidad».
Leamos al escritor y filósofo español Miguel de Unamuno (Bilbao, 29-septiembre-1864 — Salamanca, 31-diciembre-1936):
«Lo sabe todo, absolutamente todo… Figúrense lo tonto que será».
Ahora escuchemos al actor, humorista y escritor estadounidense Groucho Marx (Nueva York, N.Y, 2-octubre-1890 — Los Ángeles, CA, 19-agosto-1977):
«Él puede parecer un idiota y actuar como un idiota; pero no se dejen engañar, es realmente un idiota».
También al escritor estadounidense William Faulkner (New Albany, Mississippi, 25-septiembre-1895 — Byhalia, Mississippi, 6-julio-1962):
«Se puede confiar en las malas personas; no cambian nunca».
Y cerremos con alguien no menos importante ni menos conocido:
«Puedes engañar por algún tiempo a todo el mundo; puedes engañar durante todo el tiempo a algunas personas. Pero no puedes engañar a todo el mundo durante todo el tiempo». Abraham Lincoln (Hogdenville, Kentucky, 12-febrero-1809 — Washington, D.C., 15-abril-1865), político y abogado estadounidense, decimosexto presidente de los EE.UU.
Ya falta menos.
#terminasytevas
Saludos, Fernando E. Velasquez.
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