Ernesto Parga Limón
La villa se ubica como un anexo al edificio principal del hotel veraniego. Se usa para que los huéspedes tengan la posibilidad de sociabilizar entre ellos. La amplia sala de estar, el salón de juegos, la agradable terraza con mullidos sillones, todas estas amenidades facilitan el acercamiento. Que se rompa de inmediato el hielo entre desconocidos es la consigna del establecimiento.
Esta semana el pequeño hotel está lleno; los 7 apartamentos fueron ocupados: Un matrimonio francés entrado en edad, otro de ingleses, quizá frisando los 50 años, dos parejas de alemanes, circunspectos como corresponde a su nacionalidad ocupan las dos suites del piso alto; los italianos ostensiblemente los más jóvenes del grupo, son los más extrovertidos, la chispa latina es imposible de esconder. La enorme suite del piso bajo es ocupada, como desde hace 40 veranos, por Madame C., octogenaria y aristocrática dama, acostumbrada al buen vivir que, sin embargo, luce un semblante un poco triste y una mirada que parece se pierde en el pasado. El grupo se completa con Luca el joven heredero español que ha venido solo, a reponerse, quizás, de algún mal negocio.
Tras los paseos que organiza la administración por los alrededores, los huéspedes, ya habituales contertulios de la villa, desesperan por reunirse en cuanto cae la tarde. Gozan del ambiente de camaradería, intercambian cortesías y se cuentan, de a poco, sus historias personales mientras toman el té, o comparten a la par un refrescante Aperol Spritz y algún juego de mesa.
Ha transcurrido ya más de la mitad de la semana que reunirá a este grupo. La animación es creciente, la convivencia es ya muy abierta, los huéspedes pareciera que han sido escogidos deliberadamente para que se lleven bien, pero no. En ocasiones la fortuna es tan atinada como caprichosa.
Pero algo va mal esta noche, desde la bruma, entre los árboles, podemos ver que hay un alboroto inusual. La hora de la cena es normalmente un momento más formal, se comentan en la sobremesa hasta bien entrada la noche, tópicos más relevantes. La agitación sube de tono, podemos ver que se arrebatan la palabra, los ademanes se tornan enfáticos y hasta desafiantes.
Tres sillas están vacías, y sobre esas ausencias es por lo que se discute con vehemencia.
Karen la esposa de Robert el inglés, se ha fugado al lado de Luca abandonándolo todo: Marido, hijos y reputación.
Los alemanes juzgan acremente a la mujer; hay en su expresión una profunda repulsión por su actitud. Es curioso, pero a Luca ni se le menciona, como si no tuviera participación en el evento. Uno puede suponer que los varones alemanes creen que sus mujeres y ellos mismos nunca cometerían una bajeza comparable.
La pareja de jóvenes italianos oscila, confundida, entre la condena y la comprensión. En realidad, la sorpresa es mayúscula para todos si bien, conocieron a Karen apenas durante tres días, nada hubo de indicios que proyectara una decisión tan radical por parte de ella. Dejar hijos y familia por un desconocido mucho menor. Impensable.
En la cabecera de la larga mesa, Madame C. preside con la autoridad que dan los años y el prestigio bien ganado. Observa callada, pero con un acusado gesto de impaciencia. La refriega sigue, los comensales profieren brutales descalificaciones para Karen con alguna leve e inconsistente defensa. De súbito, Madame C. en un doble y rápido movimiento golpea con el bastón el piso y con la mano la mesa para llamar la atención de todos. Se produce un silencio absoluto. Nadie se mueve. Todas las miradas se concentran en aquel rostro severo y autoritario. Con profunda extrañeza cada uno se pregunta por el motivo de aquella sorpresiva y enérgica llamada al orden.
Madame C. respira hondo, entorna la mirada y dice:
ꟷ¿Es correcto, es ético, incluso, juzgar la larga vida de una persona por las decisiones tomadas en un solo día de su existencia?
¿Qué sabe cada uno de los estados de ánimo profundos de las personas con las que convive?
¿Es el perdón posible, hay espacio aun para la humana comprensión desprovista de crítica?
A la muerte de mi marido a mis 40 años, ꟷcontinúa Madame C.; bajo la mirada expectante de todos— atravesada por la pena, nada me contentaba, ni la vida de mis hijos parecía paliar mi dolor, recorría los sitios habituales en donde fuimos felices, iba al encuentro del recuerdo en aquellas cosas y lugares que él amaba. Así llegué aquella tarde al Casino de Montecarlo.
—Y allí estaba él, un joven de 24 años, encaramado sobre la mesa de ruleta, febril, con toda su atención sobre la rueda que giraba arrastrando su vida misma. Me detuve, su actitud casi de poseso era un imán irresistible, mi vista se dirigió a sus manos, es ahí donde la pasión desbordada del juego denota su locura. Sus manos eran un perturbador espectáculo.
—Lo perdió todo, abandonó el lugar, quise rescatarlo, supe que iba a quitarse la vida, lo seguí. Me arrastró en su demencia 24 horas que aún siguen presentes. Me olvidé de todo, su necesidad o quizá la mía hicieron que se obnubilara mi cerebro. Le creí. Le entregué mi vida y mi dinero para pagar sus deudas, me juró frente a Dios que dejaría todo, que empezaría de nuevo. Un amanecer distinto Y rutilante nos esperaba.

—A la mañana siguiente me desperté en el sucio hotelucho en donde pasamos la noche, embotados de pasión. Él no estaba. De súbito recayó sobre mí el peso de mi error, de esa decisión que aun hoy no me abandona. Corrí frenética al casino, ya no quería salvarlo sino reclamarle que por él manché mi vida. Allí estaba, desquiciado, alterado, con las manos trémulas sobre la mesa, nada le importó de mí. Nada.

—Y allí estaba yo. Sola otra vez, doblemente sola, viuda y atrapada en las consecuencias de una cadena irreflexiva de decisiones en tan solo 24 horas de mi larga vida.
El silencio reinó tras la confesión de Madame C., uno a uno los huéspedes se fueron retirando a sus aposentos repitiéndose la misma pregunta:
¿Es correcto juzgar a una persona por sus decisiones en un solo día de su vida?
Esto que acabas de leer, querido amigo, es una interpretación, muy libre y muy personal, de la estupenda novela psicológica “24 horas en la vida de una mujer” de Stefan Zweig.
Ahora te animo a leer, sin mediaciones, este clásico contemporáneo. Te adentrarás en la vida corriente de personas como tú y como yo enfrentados, tantas veces, a dilemas morales que algunos no son capaces de resolver; de la misma manera que algunos no seremos capaces de responder en nuestra vida real, en consecuencia, con lo que pensamos que es correcto.
Después de todo; todos merecemos la misericordia de un: “Yo tampoco te condeno… veté y no peques más”
¿O tú que piensas?
Mi muy estimado Ernesto:
Es domingo en la tarde y no quiero dejar pasar la oportunidad de felicitarte -¡en qué agradabilísima costumbre se está convirtiendo esto!- por tu artículo de esta semana: 24 horas… como una vida entera.
Y de nuevamente abusar de tu bondad y que me permitas comentar sobre el mismo.
Tu recomendación, que yo felizmente secundo, de leer la novela corta -y psicológica, como muchas de sus demás obras- 24 horas de la vida de una mujer, del autor Stefan Zweig, está más que bien fundamentada.
Esta mujer, Madame C o Señora C, viuda, acaudalada, mayor de 40 años, con sus hijos ya bastante encaminados, vive -de manera inesperada, por la vida rutinaria y aburrida que llevaba- 24 horas intensas, y al final de ese lapso de tiempo, lo vivido la atormentará y decidirá enterrarlo en lo más profundo de su memoria, tal como un pirata enterraba su tesoro para protegerlo de los saqueadores.
Pero pasarán los días… y semanas… y meses… y años… y vivirá con ese mismo terror permanente con que vivían los piratas acerca de su tesoro enterrado: ¿Y si alguien lo encuentra?… ¿Y si alguien se entera… de mi secreto… de esas 24 horas de mi vida?
La columna vertebral de la novela es la moral: tanto la moral verdadera, real, -como la de Madame C.- como la falsa, la fingida -como la de los demás personajes- de esa época. Y la mayoría de las veces la segunda era la que predominaba.
La Señora C., o Madame C., al considerar que ha encontrado a esa persona que podría escucharla sin juzgarla, deja salir ese secreto de su pasado, ese «tremendo esqueleto» de su closet. Se lo cuenta y eso le da la tranquilidad mental que buscaba desde hacía tanto tiempo ya. Se libera de esa gruesísima cadena, suelta ese pesadísimo lastre.
Hablamos de una época en que «el qué dirán» no podía ni debía ser ignorado. No que hoy pueda o deba serlo, pero en ese aspecto, la sociedad ha avanzado bastante. Y qué bien por eso.
Cierro en lo concerniente a la obra 24 horas de la vida de una mujer, de Stefan Zweig -y por si alguien llegara a estar o está en esa misma situación o en algo similar-, con algo del periodista estadounidense P.J. (Patrick Jake) O´Rourke:
«Solamente hay un derecho humano básico: el derecho a hacer lo que a uno le plazca. Y con él viene el único deber humano: cargar con las consecuencias.»
Es decisión de cada quién lo que decida -valga la redundancia-. Sin olvidar que el peso de las consecuencias será resultado directo de esa misma decisión tomada.
¿Y respecto al resto del mundo?
Al resto del mundo… Hmmm… Digámoselo diplomáticamente: Que estén todos muy bien.
Agrego algo breve sobre el autor Stefan Zweig.
El escritor, biógrafo y activista social austríaco de descendencia judía -nacionalizado británico- Stefan Zweig nace en la ciudad de Viena, en ese entonces Austria-Hungría, hoy en día Austria, un 28 de noviembre de 1881, hijo de Moritz Zweig, un acaudalado fabricante textil, y su madre, Ida Brettauer Zweig, hija de una familia de banqueros italianos.
Fue un viajero incansable, ya que debido a su holgada posición económica se lo podía permitir.
Trabó amistad con la crema y nata de los intelectuales de su tiempo.
Fue un declarado antibelicista, al que le tocó vivir tanto la Primera como la Segunda Guerras Mundiales.
Su narrativa es fácil de seguir; el «armado» psicológico de sus personajes es de una maestría especial. Es un deleite leer sus obras.
Nos dejó excelentes novelas, cuentos, biografías, poemas, obras de teatro. También su autobiografía, El mundo de ayer.
Entre las consideradas como sus mejores se encuentran:
— Fouché. (Novela histórica y biográfica de Joseph Fouché. El arquetipo clásico de un político maquiavélico y chapulín. Moriría en el destierro, en Trieste, en ese entonces de Austria, hoy de Italia).
— María Estuardo (Biografía de la reina María I de Escocia, quien moriría decapitada por orden de la reina Isabel I de Inglaterra. Considerada su mejor biografía).
— María Antonieta (Biografía de [más conocida como] María Antonieta de Austria, reina consorte de Francia y Navarra, esposa del rey Luis XVI. Moriría decapitada, como su esposo, durante la Revolución francesa).
— Momentos estelares de la humanidad (Una obra de lectura imprescindible, obligada).
— Novela de ajedrez (Una crítica mordaz al Nazismo, utilizando al ajedrez como un mero pretexto. La dictadura Nazi lo persiguió, prohibió la publicación de sus obras y quemó todos los ejemplares que confiscó).
— Magallanes (La historia de la primera vuelta al mundo en barco. Toda una odisea para la época).
Y muchísimas más. Nuevamente me uno a la recomendación de mi muy estimado amigo Ernesto en que la lectura tanto de 24 horas de la vida de una mujer como de sus demás obras, es algo que les dejará mucho. Es una de esas situaciones ganar-ganar.
Stefan Zweig se suicidó -junto a su esposa Charlotte Elisabeth Altmann- en la ciudad de Petrópolis, en Brasil, al ingerir veneno un 22 de febrero de 1942. Como el régimen Nazi seguía muy fuerte, estaban convencidos de que terminaría triunfando y no podían concebir el vivir en un mundo así.
Saludos, Fernando E. Velasquez.
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Excelente y atinado comentario. Toda una radiografía del autor.
Felicidades.
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