Por Ernesto Parga Limón
Estos últimos días han sido difíciles, densos, casi insoportables. Las noticias de la guerra, los recientes hechos ocurridos en Michoacán y ayer mismo el triste espectáculo de la violencia irracional en el estadio de futbol. Ante tan deplorable elenco de acontecimientos uno irremediablemente tiende a preguntarse:
¿Somos así?, ¿es el hombre; lobo del hombre?, ¿hay remedio para esa locura irrefrenable? ¿Hay espacio aún para el amor?

Quizás la reflexión se imponga como una revisión sobre nuestra idea moderna de lo que el amor es. Hay hoy tanta idolatría del yo y tanto olvido del otro. Cursos, conferencias, doctorados que nos convencen de que el camino está en el yo, que el éxito es alcanzar tus metas individuales, profesionales, económicas. Reivindicaciones políticas de grupos que apuntan a la exigencia de sus derechos al margen de sus obligaciones son cada vez más frecuentes. Hay una notable y perniciosa ausencia del otro en todo proyecto de felicidad actual y sus consecuencias saltan, apabullantemente, a la vista. No hay felicidad, ni paz, solo angustia, violencia y desazón espiritual.
Nunca como en esta época se pensó de esa manera, nuestra cultura actual es hija de la «filosofía» del bienestar, de la seguridad, del yo como punto de partida y como destino.
Mis padres, y los tuyos, de la mano de su tiempo, de su experiencia vital, solían decirnos con profunda palabra y sobre todo con su ejemplo cotidiano que la felicidad la da el amor y que amar es el empeño firme y continuado de ofrecer lo mejor de nuestra vida al otro, que el amor es donación y gozoso sacrificio en aras de la felicidad del amado.
Cuánta distancia hay entre los postulados actuales del éxito, la felicidad y el amor que entronizan al yo como leitmotiv, y las enseñanzas de nuestros abuelos y aún de nuestros padres que vivián y enseñaban que el otro es origen, camino y destino del amor humano. En casa la abuela zanjaba toda duda y toda rebelión del egoísmo infantil de sus nietos con un tajante “en el amor uno no cuenta…cuenta el otro, solo así se puede ser feliz”
Por años se ha machacado inmisericordemente a la familia como institución, hipócritamente se le reconoce su valor fundacional de la sociedad, “la célula básica” se le llama, al tiempo que se le aporrea en la legislación y en los programas educativos que con perspectiva de género nos quieren hacer creer que cualquier cosa es familia. Que el yo protagónico puede crear la familia a su antojo.
En el radar del confundido buscador de la felicidad, en el ansia de escalar, de empoderar al yo, el otro se desdibuja, se pierde, y con eso se pierde también la posibilidad de ser feliz. El errático gambusino sin dar un solo paso más allá de sí mismo, sin ver allende sus chatas narices, busca en su “interior” el oro del amor y la felicidad. El mundo prefiere estar ciego ante la evidencia monumental de que la felicidad está en el otro. Nunca como hoy los hijos estorbaron, son ahora un lastre que impide el crecimiento de sus padres, la familia misma se entiende cómo algo castrante del yo libérrimo que clama solo por si mismo y por una vida sin compromisos.
Amigo mío, le invito a que juntos recordemos los momentos en que, en nuestra vida hemos sido realmente felices, pronto veremos que compartimos experiencias. Que la plenitud, el gozo y el íntimo contento nos ha venido del sacrificio y la renuncia amorosa. La madre mientras más da su cuerpo, sus desvelos, sus fuerzas…más feliz es. No veo, en la clave del amor cabal, a una madre prefiriéndose sobre el hijo, ni al hijo sobre su madre vieja y enferma.
Nunca, la evidencia es incontestable, nunca la felicidad ha venido de anteponer el yo y sus pretensiones a las necesidades del otro. El padre y la madre, el hermano, el maestro, el noble amigo, el esposo daban rostro al amor a través del servicio, cumplían con su obligación a la que consideran un privilegio casi inmerecido. No reivindicaban derechos, desvivirse en el amor fue su vivir auténtico. De la felicidad ni se preocupaban, pero esta llegaba siempre como el fresco rocío que aligeraba la carga y que permitía, solo entonces, una pequeña satisfacción individual…el sereno gozo de saber que se hizo lo debido. Esa es la felicidad de nuestros padres que hoy estamos olvidando.
Que no nos engañen más, no creamos más en las sirenas que entonan su engañoso canto al egoísmo… al yo como centro y eje de la vida humana.,
No son más sabios el mercachifle de la superación individual, el gurú barato de la autoayuda, el político convenenciero y el mercader del evangelio de la prosperidad que ensalzan al yo, que nuestros abuelos que supieron bien , de qué va la vida y cuál es el propósito generoso de esta.
A veces pretendemos ser tan ingenuos como nos retratan los célebres versos de Sor Juana Inés de la Cruz
“Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.
¿Qué humor puede ser más raro
que el que falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?”
No se puede socavar por mera comodidad los fundamentos de la civilización (el amor, la familia y la felicidad) y luego verse sorprendido por el rumbo de violencia y sinrazón que han tomado las cosas.
No se puede poner el coco y luego preguntarse ingenuamente: ¿Cómo es que tenemos estas guerras y esta barbarie?
Esta Reflexión es un mensaje que Que no es suficiente leerlo una sola Vez…
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Así´es mi Querido y Admirado amigo, el aurum non vulguis no es más estimado que ese que se ve y se toca… y vivir de acuerdo con lo que se ve no nos permite poner nuestra vista en las cosas de arriba, gracias siempre…
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Tu mensaje con profundo contenido
Para los que se inician
Cómo Matrimonio
Para Construir un Hogar
Felicidades
Armando Guajardo González
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