Por Ernesto Parga Limòn
¿Por qué los clásicos son clásicos?, suelen preguntar los alumnos, a propósito de los libros. ¿Qué los hace tan especiales y porqué se recomienda seguir leyéndolos a pesar de haber otros libros más nuevos? La respuesta es múltiple en sus razones, pero amén de la calidad artística que es condición para la permanencia, el factor determinante que hace que un libro se convierta en clásico es, a mi manera de ver, la vigencia de sus contenidos. El hecho de que, a pesar del paso del tiempo, la obra nos sigue hablando con palpitante actualidad. Pareciera que el autor nos conoce, sabe lo que sentimos.
¡Es tan actual¡…nos sorprendemos.
Efectivamente, este “efecto” se consigue por que la temática de los clásicos versa sobre asuntos eternos, no sujetos al cambio, así como sobre la condición humana: sus virtudes y sus pasiones, (el amor, el odio, la venganza, la gratitud, los celos, la avaricia, etc.) tan iguales hoy, como ayer y como mañana. Los personajes en realidad somos nosotros mismos… los lectores.
Así el Quijote aun nos gusta, porque todos somos un tanto soñadores incomprendidos, peleando por el bien en contra de enemigos mudadizos, que se esconden transformándose en molinos gigantescos.
Y todos somos, también, un tanto cándidos, tal como Sancho, que nos sentimos navegar indefensos en la mar de la maldad, la discriminación y la hipocresía de nuestras sociedades.
Todos somos de cierta manera el Ulises de la Odisea, deseoso de volver a casa tras la dura jornada al reencuentro con los que amamos o; el dolorido Príamo que llora la muerte y la vejación proferida al cadáver de su hijo Héctor.
Así sucede con la Divina Comedia, monumento de la poesía universal que, al margen de su belleza artística de reconocimiento unánime, es un libro actual que hoy sigue hablando, aconsejando, previniendo, enseñando y fustigando al hombre de hoy.
En este 2021, en septiembre 14 para ser exacto, se cumplirán 700 años de la muerte de Dante Alighieri, el llamado padre del idioma italiano, autor de este portento literario culminado el mismo año de su muerte, doble celebración en este 2021.
Dante llamó a su obra simplemente La Comedia, pues siguió la tradición griega que llamaba tragedias a las obras de final “trágico” y comedias a las de final feliz. La Comedia, lo tiene y muy feliz, ya que su final es el paraíso y el añorado reencuentro con Beatriz la “dueña de su mente”, muerta años antes.
Fue años después, Bocaccio, otro autor clásico (El Decamerón), a quien, solicitándole comentarios sobre la Comedia, utilizó el adjetivo divino con afán ponderativo y descriptivo, divina obra de arte y divino el final de la travesía de Dante que le permite la contemplación de Dios.
Sin ningún afán de resumen pormenorizado, me falta tiempo y capacidad, solo en recuerdo de esta efeméride en el año en curso, quiero apuntar apenas unas pinceladas de esta obra maestra de todos los tiempos y resaltar su actualidad.
La Divina Comedia, poema escrito en tercetos (estrofas de tres líneas), dividido en tres partes: El Infierno 34 cantos, El Purgatorio 33 cantos, y El Paraíso 33 cantos, sumando 100 cantos en conjunto… una alegoría de la totalidad.
Un día Dante, que es el autor y el protagonista, aparece perdido en una selva, a lo lejos divisa una claridad que lo llama, se dirige a ella, pero se lo impiden tres bestias, le es enviado en su auxilio un acompañante; Virgilio el autor de la Eneida, a quien Dante reconoce como su maestro; él será su guía, este acompañamiento simboliza, (todo simboliza algo), la necesidad de la sabiduría para llegar a la luz, al conocimiento supremo que es Dios. El tránsito desde la selva hasta el paraíso supone la necesidad de atravesar primero por el infierno. Ahí Dante, con la guía de Virgilio, ve a quienes, condenados, gritan lastimeros sufriendo su tormento, Dante los reconoce y nos cuenta su pecado.

Allá, un hombre de estado que sucumbió a la avaricia, allá otro que falto de autodominio se entregó a la gula o a la pereza, más allá, profiriendo ayes interminables, otro es castigado por la violencia ejercida en su vida contra otros.
El infierno se compone de 9 círculos cada uno más profundo y al cual le corresponde un pecado más grave.
Aquí algunos ejemplos, pido disculpas por la velocidad y la torpeza en las descripciones, ya ustedes lo leerán de la fuente original, ese es mi deseo y esa mi intención:
En el segundo círculo moran eternamente en sufrimiento los lujuriosos; en el quinto aquellos a quienes perdió la avaricia, en el sexto círculo sufren su castigo los herejes; en el octavo los violentos y; en el noveno los fraudulentos y los traicioneros, este círculo a su vez tiene grados colocando en el último de ellos en el centro de este espacio, que semeja un cono que va penetrando en la profundidad de la tierra, allí mora Luzbel el Ángel traicionero, tiene en su faz tres bocas, en las laterales devora simultáneamente a los traidores de Julio César; Bruto y Casio, y la boca central devora a Judas Iscariote; la encarnación misma del pecado de la traición, el que vendió a su Maestro por unas monedas.
Si usted no cree en el infierno, yo sí, al menos estará de acuerdo conmigo en que: el que obra mal, mal termina. Yo sé que pierde el cielo y la hermosa posibilidad de estar delante de Dios y para siempre. Para usted mi querido lector, quizá el Infierno está en la tierra y piensa que la caída llegará haciendo justicia. Hay algunos que están ya, o próximos… en el infierno de su cárcel.
Si hoy se escribiera nuevamente La Comedia, (que no hace falta, por eso es un clásico), ¿en dónde se colocarían algunos de nuestros políticos, de nuestros educadores, de nuestros empresarios, de nuestros artistas?, ¿en algún circulo del Infierno, en el Purgatorio o en el Paraíso? Sin duda cada uno lo sabe.
Pero lo que realmente importa pensar es; ¿En dónde se nos colocaría a usted y a mí?
Esa es la reflexión que, 700 años después, nos invita a hacer Dante; el divino poeta.
Aún es tiempo de evitar el infierno y la caída.