Enrique González Martínez, fue un poeta y diplomático oriundo de Jalisco. En su hermosa y sorprendentemente actual «Parábola del camino” describe las dos únicas formas de transitar por el sendero de la vida, la una montado en el frenético tren de la velocidad, apurando siempre el paso para llegar primero, porque lo que importa es el destino y no el camino, sin importar cómo se llegue a ese destino; la otra, paso a paso abriendo los ojos y el alma entera a la maravilla de la vida que, presente en cada detalle, nos convoca al gozo fino de su contemplación.
Hay, según el poeta, diferencias, ganancias y pérdidas no solo en la apreciación del camino, sino fundamentalmente en cómo es que se arriba al final del trayecto por uno u otro medio.
Quizá la primera pregunta que este poema nos obliga a hacernos es en relación a qué tipo de peregrino somos; semejantes al que le seduce la meta en si misma y realiza el trayecto solo pensando en ese objetivo, llegar. O tal vez como aquel al que atrae el conjunto todo de lo que ve y siente.
Menuda lección nos ofrece González Martínez, a quien el crítico Pedro Henríquez Ureña llamó uno de los siete dioses mayores de la lírica mexicana. Lección de destacable vigencia para una sociedad que desdeña por improductivo e ineficaz, todo acto de introspección y dilatada reflexión, para una sociedad que huye del sentido profundo y del misterio que esconden las cosas y que teme al silencio quizá porque revela y anticipa el fracaso del vértigo de nuestras vidas.
El poeta nos mueve a preguntarnos, ¿Cómo llego al final de mi camino?, ¿Tengo algo que contar?, ¿Llegaré solo o en el camino he sabido ir sumando cariños, coincidencias e incluso respetuosas desavenencias?, ¿Va mi alforja llena de los demás y no solo de mí mismo?, ¿Me acompaña la alegre y a veces triste melodía de la vida o solo el monótono tintineo de lo contante y sonante?
Aquí les comparto la “Parábola del camino” y estas mis consideraciones, tal vez motivadas por la extraña desazón que produce la inactividad propia de un domingo por la tarde.
PARÁBOLA DEL CAMINO
La vida es un camino…
Sobre rápido tren va un peregrino
salvando montes; otro va despacio
ya pie; siente la hierba, ve el espacio…
Y ambos siguen idéntico destino.
A los frívolos ojos del primero
pasa el desfile raudo de las cosas
que se velan y esfuman. El viajero
segundo bebe el alma de las rosas
y escucha las palabras del sendero.
De noche, el uno duerme en inconsciente
e infecundo sopor; el tren resbala
fácil sobre el talud de la pendiente,
y el viajero no siente
que en la campiña próvida se exhala
un concierto de aromas…
El prudente
que marcha a pie, reposa bajo el ala
de un gran ensueño, y trepa por la escala
excelsa de Jacob. Cuando el Oriente
clarea, se echa a andar, pero señala
el sitio aquel en que posó la frente.
Ambos llegan al término postrero;
mas no sabe el primero
qué vio, qué oyó; su espíritu desnudo
de toda adoración se encuentra mudo.
El otro peregrino recuerda cada voz, cada celaje,
y guarda los encantos del paisaje.
Y los hombres lo cercan, porque vino
a traer una nueva en su lenguaje
y hay en su acento un hálito divino…
Es como Ulises: hizo un bello viaje
y lo cuenta al final de su destino
Porque la vida humana es un camino.