El gran poeta Goethe dijo alguna vez que «en realidad todo anhelo humano es anhelo por Dios», por su parte unos cuantos siglos antes San Agustín de Hipona, una de las mentes más brillantes de la historia dijo:
“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera,
y así por de fuera te buscaba; y, deforme como era,
me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste.
Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo.
Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que,
si no estuviesen en ti, no existirían.
Me llamaste y clamaste, y quebraste mi sordera;
brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera;
exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo;
gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti;
me tocaste, y deseo con ansia la paz que procede de ti.”
Al fin cada uno a su paso, si realmente queremos o si Dios quiere aun a pesar nuestro, nos encontraremos delante de Él, unos rápido con fe sencilla e incuestionable, otros abrasados por la duda, tal como dijera Dostoievski quien solía explicar que él había encontrado a Dios a través del tornillo de la duda; aquí esta joya de su escritura, sin desperdicio alguno:
«Soy hijo de este siglo, hijo de la incredulidad y de las dudas y lo seguiré siendo hasta el día de mi muerte. Pero mi sed de fe siempre me ha producido una terrible tortura. Alguna vez Dios me envía momentos de calma total, y en esos momentos he formulado mi credo personal: que nadie es más bello, profundo, comprensivo, razonable, viril y perfecto que Cristo.
Pero además -y lo digo con un amor entusiasta- no puede haber nada mejor.
Más aún: si alguien me probase que Cristo no es la verdad, y si se probase que la verdad está fuera de Cristo, preferiría quedarme con Cristo antes que con la verdad».
El converso francés , antes socialista de cepa, André Frossard comenta en sus escritos, que no era él un ateo combatiente porque no había nada que combatir, Dios no existía ni el universo ni en su vida, Frossard relata que los ateos anticlericales le parecían ridículos y su actitud trasnochada y un tanto patética. En su magnífico y pequeño libro titulado “Dios existe yo me lo encontré” Frossard narra con dulzura y profundidad el exacto momento de su conversión:
“Sobrenaturalmente, sé la verdad sobre la más disputada de las causas y el más antiguo de los procesos: Dios existe. Yo me lo encontré. Me lo encontré fortuitamente -diría que por casualidad si el azar cupiese en esta especie de aventura-, con el asombro de paseante que, al doblar una calle de París, viese, en vez de la plaza o de la encrucijada habituales, una mar que batiese los pies de los edificios y se extendiese ante él hasta el infinito. Fue un momento de estupor que dura todavía. Nunca me he acostumbrado a la existencia de Dios.
Habiendo entrado, a las cinco y diez de la tarde, en una capilla del Barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra.”
Termino recordando, aquella vieja y hermosa enseñanza del Rabí Nachman de Breslau propicia para los momentos de desolación y desazón espiritual:
«Nunca te dejes abatir por
sentimientos de soledad
no importa donde estés, Dios está siempre cerca
-Recuerda-
sentirte distante de Dios
es algo subjetivo, no objetivo
es un sentimiento tuyo, no la realidad»
Dios en su infinita misericordia nos regala libre albeldrío, nos da la libertad de creer o mo creer en él, de creerle o no creerle. Yo puedo negar que existe el amor, pero el hecho de que yo lo crea en el amor no segnifica que no existe.
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Gracias por tu comentario, valoro mucho el intercambio de opiniones. Saludos
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