Por Ernesto Parga Limón
“El amor, principio, medio y fin de todo quehacer humano,
la persona principio y termino de la educación”
Tomás Melendo Granados
Sobre la educación de los hijos, se escriben cada año miles de libros, se imparten también miles de conferencias, corren ríos de tinta electrónica a través de cientos de miles de páginas en artículos de periódicos y en sitios web. Es de entenderse debido al interés y la preocupación de los padres, también de los maestros, muchas veces “padres sustitutos” de sus alumnos. No es difícil suponer que la educación de las personas sea motivo de interés público para la sociedad en su conjunto, ya que resulta sencillo inferir que la calidad de la educación, que se provee a los niños y jóvenes, determina la calidad, la salud, y la prosperidad de una comunidad.
Casi un axioma puede ser esta idea: Cómo sea la familia, será la persona y así la sociedad.
Que bueno que se trate en todos los medios y de manera tan abundante este tema, que bueno que se revise, se contraste y se propongan nuevas posibilidades. Sin embargo, es también muy notorio el desconcierto creciente, la perdida de foco de los padres y de los educadores en general, que abrumados no solo por lo copioso de la información, sino, por lo contradictorio de la misma, discurren a tientas, dando tumbos, intentando, como suele hacerse con las dietas, hoy una teoría, mañana otra.
Esos padres desconcertados buscan respuestas; (en un extremo, cada vez más complejas y en el otro, meras recetas de fácil aplicación), a la pregunta que siempre ronda en la cabeza de todo padre, ¿qué debo hacer para que mis hijos sean felices?
Para formar a los hijos no se requieren doctorados, la prueba de ello más clara son nuestros padres, que todo parece indicar lo hicieron mejor que nosotros. Pero tampoco es posible enfrentar la conducción de los hijos y su preparación para la vida futura a través de recetas simplistas y consejos generales, con pretendida aplicación para todos los casos. Lamentablemente de eso se escribe y se habla abundantemente en libros y en redes masivas de comunicación.
Dice, acertadamente, G. Courtois en” El arte de educar al muchacho hoy”, –la educación es un poco de ciencia y de experiencia, mucho sentido común y mucho, mucho amor- Es decir más que ciencia arte, arte superior, formar y preparar para la vida.
Veamos, entonces, la radical diferencia entre recetas (soluciones simplistas, que no reconocen la singularidad de cada caso) y principios educativos (fundamentos operativos inobjetables, por ejemplo: la dignidad compartida, la capacidad de amor también común a todos, y la indudable capacidad de crecimiento en cada ser humano).
Sobre estos fundamentos inamovibles, muy ligados a la intuición y al respeto a la persona humana, se puede levantar un proyecto educativo con ilusión y esperanza, en donde los principios funcionen como guías maestras de toda la intencionalidad educativa. Así entonces, ya que busco hacer crecer a mi hijo, nunca lo ofendo disminuyendo su valía, ya que busco su libertad, nunca lo someto dictatorialmente a mi capricho etc.
La sabiduría popular nos enseña acertadamente, que educar es fundamentalmente hacer migrar los valores, en los que se cree, de una generación a otra, y que el vehículo más eficiente de esa transmisión es el ejemplo de los educadores: padres, maestros, tíos, abuelos. Entender que la mejor herramienta educativa que poseemos los padres, no viene de fuera, que la mejor herramienta, la más rotunda y trasformadora es la persona misma del educador, que educa desde su vida misma.
El día en que los padres se hacen cargo de que la felicidad de sus hijos depende en gran medida; de cómo se comportan, ellos, como esposos, como hijos, como hermanos, en fin,como ciudadanos. Ese día lejos de angustiarles el entorno un tanto ajeno a ellos, asumen que lo importante para la felicidad de sus hijos es la construcción de ese ámbito de amor, y que eso sí es de su total competencia, de ese espacio íntimo, diminuto e inconmensurable a la vez, que llamamos familia. eso es una magnífica noticia pues coloca al educador como un auténtico protagonista del proceso educativo de su hijo.
Cornelio Fabro, bellamente sintetiza este principio educativo cuando dice: –La única pedagogía es la profundidad de nuestro ser-.
Otra cosa que se debe asumir con claridad es que, además, de la intención y de los deseos que se tengan, todo proyecto educativo necesita tiempo. No solo en el sentido de empezar a tiempo a inculcar los valores, lo cual es casi imprescindible, sino en el sentido, también, de que los valores para ser asimilados y volverse; en palabras de Aristóteles -como una segunda naturaleza- requieren de repetición y paciencia por parte de ambos; educador y educando.
Así la sinceridad, la honradez, la prudencia, y los demás valores que se desean trasmitir, solo serán incorporados a la vida del hijo, después de verlos representados repetidamente en acciones en el comportamiento cotidiano de sus padres y luego él mismo hacer repetidamente acciones en esa misma dirección. Claramente este movimiento pendular formativo requiere tiempo de ambos.
El escritor clásico romano Horacio nos informa de la importancia de empezar a tiempo la propia mejora y por extensión la de los hijos.
-Determínate a ser virtuoso, empieza; diferir la mejora de la propia conducta, es imitar la simplicidad del viajero que, encontrando un río en su camino, aguarda que el agua haya pasado; el río corre y correrá eternamente. –
Un tercer y último principio educativo que deseo tratar aquí es el denominado, según expresión de Tomas Melendo, “educación en positivo”.
Para lograr una eficiente transmisión de los valores, en los que se cree y sin los cuales se considera imposible la felicidad de los hijos, no basta el tiempo, ni el mostrarlos desde la persona misma del educador, importa también el cómo ha de hacerse esto.
La educación en positivo contrarresta esa tendencia, casi inconsciente, de educar haciendo palanca en el miedo, en el deber por el deber, y no en el gozo natural de hacer lo que se debe hacer. La educación en positivo es mostrar atractivamente el bien que se desea comunicar, el gozo superior que siempre, siempre trae consigo el hacer lo correcto lo que va de acuerdo con nuestros principios.
¡Qué bien lo hace el educador feliz!, que ama y disfruta lo que hace. Los padres cuyo compromiso no les supone una carga, un fardo que hay que llevar “obedientemente” sobre sus espaldas, sino que se entregan al reto educativo con deportividad, gozando con la dicha de servir, de influir alegremente en la formación de otras personas.
¡Suerte en el empeño!