ENANOS SOBRE LOS HOMBROS DE GIGANTES

Ernesto Parga Limón

Dice Juan de Salisbury que su mentor, Bernardo de Chartres, explicaba que: “vemos más y más lejos que nuestros predecesores, no porque tengamos una visión más aguda o mayor altura, sino porque somos elevados y transportados en su gigantesca estatura”. Sencilla y profunda enseñanza.

Bien podríamos preguntarnos, qué tan habitual es que en medio de nuestra vida, inmersos en los problemas, recurramos a los gigantes para trepar a su iluminadora altura. A veces tengo la impresión de que pretendemos resolver en solitario las demandas existenciales que nos acongojan.

¿Cuál es el propósito de mi vida?

¿A qué he venido, cuál debe ser mi inexcusable contribución?

¿De qué va la vida?

Basta subir a una silla para comprobar que nuestra vista se alarga, desde arriba la mirada se dilata, se estira hasta tocar los linderos de lontananza, desde arriba encaramados en la sabiduría ancestral de aquellos que nos precedieron se puede tener otra visión, ser capaz de escuchar la otra campanada y nos solo el ruido y la impotencia que produce nuestra angustia.

Ante los problemas, ante las dudas, frente los requerimientos de la inquisidora realidad; no estamos solos, muy al contrario hay un pozo insondable de sabiduría a nuestro alcance, bien podemos acercarnos a su fuente.

Nicolas Maquiavelo en una carta a su amigo Francesco Vettori nos cuenta su habitual disposición para hacerse “aconsejar” por los gigantes antiguos con los que conversa a través de la lectura de sus obras.

 «Llegada la noche, me regreso a la casa y entro en mi estudio; en su umbral me quito esta ropa cotidiana sucia y llena de lodo, y me pongo ropas regias y curiales; así, vestido decentemente, entro a las antiguas cortes de los antiguos hombres donde, por ellos amorosamente recibido, me nutro de aquel alimento que solo es mío y  para el cual he nacido;  no me avergüenzo de hablar con ellos y preguntarles sobre la razón de sus acciones; y ellos por su humanidad me contestan; y durante cuatro horas no siento aburrimiento, olvido todo afán, no temo la pobreza, no me asusta la muerte: todo yo me trasfiero a ellos.«

Viktor Frankl con agudeza detectó el problema central de nuestro tiempo, hoy enfermamos de pérdida de sentido por vivir, hoy vivimos una suerte de neurosis colectiva que solo se sana desde el espíritu, nos dijo. En una sociedad decantada primordialmente a lo material, lo espiritual va quedando anémico por falta de nutrición de las cosas del alma. De la misma forma que la sed no se quita con galletas el hambre de ser, de servir, de amar que van quedando arrinconados en medio de la creciente prosperidad material, no se sacian con lo material y buscan sus respuestas a manera de angustia y vacío existencial.

Y ahí están los gigantes para ayudarnos a ver más alto, más lejos.

En la catedral de Chartres, en el rosetón sur, podemos apreciar, en sus famosos vitrales, a las figuras en tamaño normal de los 4 evangelistas (Marcos, Juan, Lucas y Mateo) subidos en los hombros de los antiguos profetas (Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel) los cuales son representados como figuras enormes. Los cuatro evangelistas, aunque más pequeños pudieron ver más, pudieron contemplar desde su altura a la misma luz, a la suprema sabiduría aquella que los profetas anunciaron; al Mesías, al hijo de Dios.

Una ilustración de evangelistas del Nuevo Testamento sobre los hombros de los profetas del Antiguo Testamento, mirando al Mesías (desde el rosetón sur de la Catedral de Chartres )

¿Cómo doy sentido a mi vida?, ¿a qué he venido?, son preguntas que insatisfechos recurrentemente nos hacemos.

El filósofo danés Soren Kierkegaard. un gigante a nuestro servicio, parece entendernos y nos responde con otras preguntas: ¿Por quién, por qué causa estás dispuesto a dar la vida?, ¿qué es lo que amas? Así que podemos inferir una respuesta a estas preguntas y a nuestro desasosiego espiritual.

A esta vida hemos venido a amar

A renglón seguido Kierkegaard nos advierte de la necesidad imperiosa de entender lo que el amor es y de saber qué es lo que debemos amar, pues: Equivocarse respecto al amor es la pérdida más espantosa, es una pérdida para la que no existe compensación ni en esta vida ni en la eternidad.

La felicidad en esta vida y en la eternidad depende de la calidad de nuestros amores. Nadie es feliz al margen del amor parece ser una experiencia que todos hemos vivido, Juan de la Cruz, completa la aseveración Kierkegaardiana cuando nos recuerda que en el atardecer de nuestra vida nos juzgarán en el amor.

Ahora podemos hacernos cargo de lo que provoca el equívoco en el amor, ni felicidad aquí, ni en la eternidad.

La tradición de la filosofía cristiana es unánime en este sentido, Dios que es amor puro, mandó a su hijo al mundo hasta el punto de morir en la cruz por amor. La imitatio Christi es camino para la felicidad y para el amor.

Aristóteles, gigante entre gigantes nos permite ampliar el horizonte. Amar, nos dice, es buscar el bien del amado. Yo humildemente agregaría, todo su bien, solo su bien.

 Se descorre ya la tela que esconde la respuesta genuina, la vida debe vivirse en clave de amor, de servicio y de bien orientado a la felicidad de aquellos a los que amamos.

A esta da vida hemos venido a aprender a amar, a amar más y mejor cada día y a dejar huella enseñando a amar, porque todo amor que se precie ha de ser fértil.

Quizá estos y muchos otros sean los gigantes que los enanos que somos, llenos de desazón y de clamores existenciales, necesitamos trepar.

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