Por Ernesto Parga Limón
“Sueño con el pasado que añoro, el tiempo viejo que lloro y que nunca volverá.” Tango, Cuesta abajo.
Hace varios días que no puedo dormir bien, de forma recurrente viene a mi mente, sin alguna aparente razón, un relato detallado y casi biográfico de un niño pueblerino.
Este pensamiento y la extraña sensación que me produce se apodera de mí en cuanto llego al entresueño, esa zona nebulosa, que se ubica entre la vigilia y el sueño.
Creo que la mente tiene sus maneras de protegerse de este confinamiento, la mía se inventa una historia, un viaje en la distancia y en el tiempo que compensa y equilibra. Pudiera ser, también, un recurso para evitar la pena de volver a sufrir, ahora en el sueño, las insensateces diarias del vodevil de la política al que estamos expuestos, ofreciéndome a cambio una historia alternativa con matices de recuerdo. No lo sé.
Así que hoy haré publica esta historia de mis nocturnas inquietudes, un poco con el afán de exorcizar al fantasma intruso que me impide dormir y otro tanto solo por el gusto de evocar, un pasado que en algo se parece al mío. Ojalá, que ustedes también se vean reflejados en este relato.
No esperen, por favor, en esta historia: nudo, clímax y desenlace tal como sucede en las épicas leyendas de los héroes. No. Aquí, si acaso, encontraremos solo un poco de la tímida belleza que se esconde en la simplicidad de lo cotidiano y que suele producir un regusto dulce, quizás, por la similitud entre la historia que se lee y nuestra propia vida. Podríamos decir que Chavito, de quien trata esta historia, es efectivamente solo Chavito, el personaje imaginario de mis sueños, y al mismo tiempo, también, cualquiera de nosotros.
Situemos, pues, nuestra historia en un pueblo como cualquier otro de esos diseminados por montones a lo largo y ancho de la geografía de la patria. Chavito es un niño como todos en aquellos tiempos: libre; esencialmente libre, con el pueblo entero como patio de sus juegos. Libre de cables y ataduras electrónicas, libre para pedalear cuesta arriba en bicicleta alquilada, a dos pesos la hora, o para perseguir, cuesta abajo, entre empujones con sus amigos el balón por las empinadas calles de su pueblo. Libre para entrar, sin llamar, en las casas de sus amigos todas ellas de puertas abiertas al aire fresco y a la gente.
Asiste, Chavito, a un colegio de monjas de inspiración jesuítica, quizá el único “lujito” que permite la apretada economía familiar. Toma sus lecciones en dos tandas, hoy esto resulta inconcebible, por la mañana de 9 a 12 y las vespertinas de 3 a 5. Se levanta a eso de las ocho con tiempo suficiente para ponerse el uniforme, desayunar e ir andando al colegio al que escasas 6 cuadras separan de su casa.
En las mañanas las clases terminan con el toque de la campana que llama a formación para rezar el Ángelus justo a las 12, después el desenfadado correr de los muchachos a sus casas, que con la algarabía propia de la edad van, simultáneamente, pateando el desinflado balón, tirando piedras a los perros callejeros y haciendo “desatinar” con sus bromas al siempre presente “loquito” de su pueblo.
El largo receso de media tarde alcanza para comer, hacer siesta, realizar los deberes escolares y memorizar un poema de su libro de “Lengua Nacional” para la clase de mañana:
Niño querido:
Ya viene el sueño
por el camino
de los luceros.
Ya se sienten
galopar
sus caballos
de cristal…
En el colegio hay dos patios, el de los niños que justo a la hora de recreo se transforma en estadio, donde los arcos del corredor de los salones hacen las veces de porterías, en su mundo infantil todos sueñan ser los Enrique Borja, o los Nacho Calderón del futuro, lo único que empaña la felicidad es pensar qué dirá mamá, cuando lleguen a casa con el pantalón roto en ambas rodillas, producto de una necesaria barrida frente al oponente que casi se escapaba.
Sin embargo, es en el patio de las niñas en donde las destrezas deportivas alcanzan altos grados de perfección y de belleza. Anonadados, los niños contemplan muertos de envidia y a escondidas (para seguir fingiendo que ignoran a las niñas), las portentosas habilidades de ellas al jugar a “la cuerda” y al “juego del elástico” dignas de saltimbanquis y afamadas estrellas circenses. ¡Qué gusto da ver aquel despliegue de gracia y armonía!
La Casa de Chavito, no lo he dicho, se sitúa justo en el centro del pueblo, desde ahí todo se vive y todo se atestigua. Desde la casa, frente a la parroquia, se puede saber quién muere, tras las campanadas que doblan a muerto o a quién bautizan y así rápido colarse entre los niños invitados para agarrar al menos tres tostones del “bolo” que generoso lanza por los aires el padrino.
Pero el momento estelar llega de 5 a 9; cuatro horas frenéticas de juego, de colores, de olores y sabores. A las canicas en el atrio de la iglesia o en los hoyos de las bancas de cantera de la plaza: al trompo, yoyo, meta, mulo por mulo, declaro la guerra en contra de…, e infinidad de juegos más, todo esto aderezado con cucuruchos de cacahuates y semillas o dulce de tamarindo despachado sobre cuadritos de papel estraza.
Es sábado, día de baño, de tallarse –muy bien- las costras en los tobillos y por detrás de las orejas. Y ya bien limpito ir al parque en donde, como cereza del pastel de la semana, por unos centavos se alquilan las revistas que se exhiben, colgadas por la mitad, en el tendedero que se estira entre la reja del parque y el poste de la luz. Fantomas, Kalimán, y especialmente los estremecedores melodramas de Lágrimas y Risas; ahí lee Chavito, las fabulosas historias en entregas semanales de: Paulina, Orlando y Fabiola, Memín Pingüin, Juan Valjan, la adaptación de Yolanda Vargas Dulché del clásico Los Miserables de Victor Hugo y a escondidas, porque lo tiene prohibido, Rarotonga la mulata que enamora y seduce al Dr. Alejandro Rivera.
Se vive en el pueblo, se es niño y se cree, con algo de razón, que esto es felicidad para siempre.
En tanto, hoy parece, que yo le gano la partida al sueño, una especie de sopor con olor a remembranza me invade y me lleva a pensar como Segismundo, el personaje de Calderón de la Barca, que también sufre en cautiverio:
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
13/06/2020