Por Ernesto Parga Limón
“Es imposible que se pierda un hijo entre tantas lágrimas”
Dicho por San Ambrosio a Mónica la madre de San Agustín
Intentar describir las íntimas vivencias, aquello a lo que se está más unido y que se atesora en lo más hondo del corazón y la memoria, resulta más que difícil de lograr; imposible de conseguir. Siempre queda un regusto amargo de proyecto no cuajado, ya que lo que se expresa parece que no retrata la experiencia profunda de lo que se quiere comunicar. Eso me sucede siempre cuando quiero hablar y escribir sobre mi madre.
Sin embargo, hoy gana la necesidad al deseo de pretendida perfección literaria y aquí voy, de a poco, sacando el corazón que reboza de recuerdos y poniéndolo a latir sobre estas líneas.
Rosa esposa y madre extraordinaria, nació en 1920 en tierras y en tiempos de la guerra cristera (1926-1929) La persecución religiosa la tomó con una edad que le dejó recuerdos para el resto de su vida, vio y sufrió como todos, en aquellos pueblos, los abusos del bando federal.
Presenció, bajo la doble arcada de cantera de su casa, la detención, público escarnio y maltrato del sacerdote Román Adame posteriormente fusilado a las afueras del panteón municipal. Esa experiencia cristera acrisoló su fe, una fe sin grietas que la acompañó el resto de su vida.
Soy el menor de seis hermanos. Mi padre salió de casa en el pequeño pueblo de los altos de Jalisco, un poco antes de yo naciera, para hacerle frente a la adversidad y para buscar fortuna acá en el noreste siempre generoso. Pasaba más de la mitad de año separado de mi madre Rosa María, le costó mucho trabajo asentarse y lograr estabilizarse. La reunión definitiva de la familia se dio hasta que tuve cumplidos doce años.
Siendo yo el menor, dormía en el cuarto de mi madre, jugaba a sus pies mientras ella, vuelta de frente sobre la máquina, cosía la ropa familiar o mientras preparaba, vuelta de frente, sobre la estufa, en larguísimas sesiones, la comida para sus hijos. Yo niño, siempre a su lado, con el tierno cobijo de su espalda que bregaba infatigable: Hoy en la distancia amo la espalda de mi madre
Espalda ternura,
Espalda raíz; hogar al que se vuelve,
Espalda alas; para volar el ancho mundo,
Espalda aliento; que regala sueños,
Espalda; metáfora perfecta del amor y la oblación.
Rosa; faz hermosa, dulce mentón de azúcar, sonrisa eterna y olor a rosa.
Mis más poderosos recuerdos infantiles están ligados a esa espalda que me ofrecía la seguridad de su presencia y el calor de su cercanía.
Rosa, aunque era muy sociable, nunca necesitó nada más allá de su hogar, encontraba ahí todo lo que necesitaba para ser feliz a través del servicio y la entrega sin concesión a su familia. Ella nos llamaba, con una expresión ponderativa, rotunda y cargada de sentido; los míos, y convencida agregaba bonitos y buenos los míos. Y yo caminaba seguro, mundo arriba, sabiéndome y sintiéndome de Rosa, ¿Quién contra mí? Menuda clase de autoestima. Esa fue ella.
Rosa; faz hermosa, dulce mentón de azúcar, sonrisa eterna y olor a rosa.
Esposa y madre extraordinaria; recoleta, moderna y rebelde al mismo tiempo: sabía al igual que Mónica que los hijos se salvan, en esta vida y en la otra, con una madre que reza de rodillas. Dotada naturalmente de un gusto exquisito; entendía, sin salir de casa, lo que iba y lo que no iba tratándose de moda: tocaba y observaba las telas, hurgando, como nadie, con deleite en la trama, el color y la textura; amaba el pelo largo de sus hijos; en un pequeño acto de desobediencia civil me dijo muchas veces , refiriéndose a la monja de mi colegio, – si te dice que te cortes el pelo, no le hacemos caso, me gusta tu cabello de príncipe valiente-. Y aquel pequeño de Rosa era feliz y me soñaba como ella me quería. ¡Se puede desear mejor infancia!
Vuelta de espaldas en su máquina, (pensando siempre en voz alta, hablaba consigo misma, con Dios y con sus muertos) confeccionando para sus hijos la ropa que la moda reclamaba. Aún recuerdo aquel pantalón de dos colores (café y guinda) envidia de mis amigos, con una enorme bolsa a lado de cada pierna y una campana inmensa que debía cubrir el zapato entero.
Rosa; faz hermosa, dulce mentón de azúcar, sonrisa eterna y olor a rosa.
Verla comer era una delicia; Rosa cerraba los ojos, casi en místico arrebato y mientras con santa expresión comía “de todo” le afirmaba a Dios y al mundo su ingente gusto por la vida.
Pero Rosa era como toda madre de su tiempo, energía y suavidad en perfecto equilibrio. Todo era posible, mientras yo no llegara tarde a misa diaria; el platillo preferido, el anhelado permiso, o que la casa fuera centro de reunión de mis amigos; casa mini estadio, casa casino para jugar a las cartas, casa teatro para ensayar, con medio grupo, la poesía que al día siguiente presentaríamos. Desde cualquier rincón del pueblo donde me encontrara, el mundo se detenía al 10 para las 7 de la tarde. Todo se paraba, el futbol, las escondidas, la visita a casa del amigo y en frenética carrera, calle abajo, llegar rayando puntualito a misa.
Recuerdo aquella vez que fallé en mis cálculos y no fui puntual, temiendo la reprimenda me puse tres bancas delante de mi madre y ella con el gancho de su mirada me atrajo hacia sí y me colocó justo a su lado, y sin dejar de pronunciar la invocación ritual que corresponde, cruzó su brazo y sin siquiera mirarme tomó mi blanco e inocente bracito y me recetó tremendo “pellizcón” de dos y media vueltas con tirabuzón incluido; yo sabía que si me movía, venía otra caricia igual, así que solo atiné a decir… Y con tu espíritu.
Y Rosa con creces cumplió con el adagio; sirvió para vivir porque vivió para servir.
Rosa norte,
Rosa sur,
Rosa de los vientos,
Rosa faro en la distancia,
Rosa; faz hermosa, dulce mentón de azúcar, sonrisa eterna, gozo de vivir y olor a rosa…
Que bonito es lo bonito! Me encanto! Que afortunados somos y que bonita manera escribir tus recuerdos
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Gracias Deyanira. Si muy afortunados y muy comprometidos.
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Valió la pena el encore. Veo que puede uno accesar a artículos y más en tu cuaderno virtual . Excelente referente. Gracias.
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Gracias estimado Manuel, te mando un abrazo con el deseo de pronto estar frente a una taza de café compartiendo vida.
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