LA ROSA Y EL ROMERO

Por Ernesto Parga Limón

Lo recuerdo…Rosa ya mayor, sentada en una silla con la puerta del refrigerador abierta.  El tiempo detenido. Todo el universo en pausa; solo existe eso y llena el espacio de su vida. Mi madre no cogía ningún ingrediente, ni siquiera llevaba sus manos hacia ellos, pero seguía ahí con la puerta abierta. Suponer que solo estaba pensando en qué platillo iba a preparar, es entender poca cosa del arte de vivir con propósito, haciendo del servicio el núcleo mismo del amor.

Rosa quizás evocaba su niñez, o llamaba a sus ancestros, o pensaba en el porvenir de sus hijos o, tal vez, sentía en el alma el dulce pellizco del amor anticipando que pronto su marido llegaría a comer. De todo eso va el gusto por cocinar, sentirse útil y amar de esa manera al compás de aromas, de recuerdos, de anhelos y de especias.  

Y Rosa; faz hermosa, dulce mentón de azúcar, sonrisa eterna y olor a rosa sigue ahí, puerta abierta, tratando de interpretar el mensaje oculto en los frescos efluvios que se escapan al aire después de acariciar su rostro.  Y yo contemplo, solo contemplo, unas veces sintiéndome como un intruso que tras la puerta intenta ver el rito sacro aquel al que no fue convocado, y otras agradecido por estar allí escuchando el silencio de ese diálogo que, aun hoy, sigue diciéndome tantas cosas.

Y Rosa; faz hermosa, dulce mentón de azúcar, sonrisa eterna y olor a rosa sigue ahí, puerta abierta, pero repentinamente, se abre el cielo, y tocan sonoras las trompetas, el eureka ha sucedido, el numen y las musas han bajado y dictan prontas sus indicaciones.  Yo adivino que las musas son la encarnación misma de Pachita su madre o María Romero, la nana que gastó su vida en criarla y en enseñarle los secretos del chile bien tostado y la canela para afinar el sabor del ancestral “mole corriente” y del gusto por combinar dulce y picoso en la carne agregando pasas o piloncillo.

Yo no conocí a María Romero, pero durante toda mi infancia recé por ella, como una más de la familia, recitando con mi madre, que nunca dejó de agradecer su presencia en su vida:

“Acuérdate señor, del alma de tu sierva María Romero que redimiste con tu preciosa sangre, no la hemos perdido en el seno del buen Dios nos espera, que ruegue por nosotros como nosotros rogamos por ella, dulce Jesús no seas su juez se su Salvador” … así lo recuerdo

Rosa María (rosemary,) romero en inglés, Romero el apellido de María y yo romero en permanente romería para encontrarte en mis recuerdos. 

Rosa cierra la puerta, entorna los ojos y abre el corazón que late feliz entre el chirriar de la manteca y el humo cargado de aromas que escapan a la olla de peltre e inundan la cocina entera y los corazones de quienes fuimos destino de su amor hecho comida. Y Rosa; faz hermosa, dulce mentón de azúcar, sonrisa eterna y olor a rosa.

Uno a uno van transformándose el amor en platillos deliciosos y van colocándose sobre la tabla que, en solución de casero ingenio, se usa para unir el espacio sobrante entre el refri y la estufa y que sirve para que estos vayan reposando, atemperándose, un recurso de todo buen cocinero.  Los platillos siempre son muchos, porque Rosa nunca olvida que a Guillermo no le gusta el chile, que Pepe quiere con cebolla, y que para mí ha de reservar tres pedazos bien dorados de la carne casi en punto de “carnitas”.  Rosa va dando pequeños giros, y acá quita y allá agrega, adecuando su receta para que cada uno se sienta querido y atendido degustando su comida hecha… “solo para él”.

Y mi papá, en lo que se calientan las tortillas, se toma la cerveza que le abre el apetito, y pierna cruzada en el sillón de la salita de estar, sigue pensando en que debe cumplir con su deber de jefe de familia; ahí, también para él, se detiene el tiempo y su universo, servir a su familia; no hay espacio para nada más.

Y Rosa llama y la tropa obedece y ve con naturalidad, porque así se les acostumbró, aquello que más que platillos y recetas es…la cara más visible del amor.

Hoy Rosa preparó, es más justo decir, enhebró y urdió con delicadeza de artesano un poco de recuerdos, una pizca de alegría, alguito de gozoso sacrificio y otro tanto de gusto hondo por servir. Y de aquello resultó la comida de un día cualquiera:

+ Sopita de fideo preparada con el caldo de pollo que siempre se conserva.

+ Carne de puerco en un caldillo con chile ancho y pasas dulces.

+ Tortitas lampreadas de chayote y queso fresco, de papa o de plátano frito, servidas en una salsa de tomate molido y orégano con un toque de vinagre.

 + Agüita de flor de Jamaica.

 Y yo hoy y cada día que cocino, en romería tras mis recuerdos,  te tengo presente para charlar de aromas y sabores, contigo Rosa, con Pachita y con María Romero.

4 comentarios en “LA ROSA Y EL ROMERO

  1. Que delicia de lectura! Termino con el corazon lleno y un antojo barbaro de mole corriente

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  2. Manuel Acosta López 1 febrero, 2021 — 6:12 pm

    Que bellas letras de amor a la madre. Me han movido singular sentimiento y han hecho eco en mis recuerdos. Se me ha adelantado mayo en enero. Gracias, gracias.

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    1. Juan José Barrientos 1 febrero, 2021 — 9:45 pm

      Olores y sabores que nos conectan con nuestros ancestros. Rituales hermosos, costumbres, tradiciones que aún perviven en la cultura mexicana, a pesar que hoy son otros tiempos. Excelente descripción de lo familiar y cotidiano. Mmm… me dio hambre 🙂

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  3. Fernando E. Velasquez 1 febrero, 2021 — 9:29 pm

    ¡Cuántos recuerdos, cuántos recuerdos vienen a mi mente!
    El nombre Rosa María convertido en sinónimo de muchísimos más: Teresa, Sofía, Raquel, Josefina, Berenice, Consuelo….. En mi caso particular, Lydia Amelia.
    Sin duda alguna, el sinónimo primario es: Amor de madre. Ese amor incondicional que nunca está a la venta; nadie lo puede producir, clonar, o falsificar. Ese amor sufridísimo que no conoce nacionalidades, status social, aspecto físico, capacidad intelectual. Ese amor que rechaza límite alguno, llámese muro, frontera, distancia, régimen. Ese amor sin fecha de caducidad. Ese amor maravilloso, único, irrepetible, insustituible, entrañable, sublime, celestial. Ese amor más dulce que el más dulcísimo almíbar. Ese amor que hace palidecer con incontenible envidia y convierte en simple guijarro a la joya más valiosa. ¡Ese, ese amor es Rosa María y muchísimos más… Teresa, Sofía, Raquel, Josefina, Berenice, Consuelo….. o Lydia Amelia!
    ¡Cuántos recuerdos, cuántos recuerdos vienen a mi mente!

    ¡Qué deleite y qué delicia de lectura! ¡Para alegrar el día y chuparse los dedos!

    Gracias mil, mi estimado José Ernesto.

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